viernes, 17 de abril de 2015

¿Acaso está Cristo dividido? (1 Cor. 1:13)

Un ser humano dividido, segmentado, mutilado, es una imagen que al construirla en nuestra mente debe darnos terror. Imaginar a Cristo dividido es comenzar a trabajar con esa metáfora paulina de la iglesia como cuerpo de Cristo. Pablo desarrolla ese concepto desde un marco de problemas dentro del grupo de creyentes que se reúnen en la ciudad de Corinto y que dentro de la prosperidad que han alcanzado como grupo han comenzado a experimentar contiendas y división. De ahí en adelante la metáfora de Cristo como “Cuerpo” va a ser base fundamental de la teología paulina.

Ahora bien, no es necesario ir a 1 de Corintios 12 y abundar sobre este concepto para notar que un cuerpo dividido hace referencia a un cuerpo desmembrado, mutilado e incapacitado para funcionar a plenitud. Lastimar y herir el cuerpo, privarle de sus funciones plenas es un acto delictivo. En cualquier contexto la mutilación es condenable. Si usted hiere a su prójimo y le causa daño en algunas de sus extremidades es procesable y ha de ser juzgado por cometer un delito, entonces, ¿cómo hemos de ser juzgados si dividimos y por ende mutilamos el cuerpo de Cristo privándole de desarrollar y alcanzar la plenitud de sus funciones a favor del establecimiento del Reino de Dios y la salvación de todo ser humano?

Deseo acercarme a este dialogo desde los 4 puntales específicos de la tradición Wesleyana, el conocido “Cuadrilátero Metodista” o “Cuadrilátero de Wesley”. Ese cuadrilátero nos lleva a toda reflexión a la luz de la Biblia, la Experiencia, la Razón y la Tradición (no están en ningún orden valorativo).

Desde el marco bíblico, el texto nos confronta con pasajes tan desafiantes como estos textos paulinos. La plenitud de la iglesia se alcanza en la unión, no en la separación; y desde esta plataforma el mismo texto bíblico nos transporta a la cuidad metropolitana de Corinto donde se encontraba gente de diversas creencias religiosas. Por lo tanto eran comunes los cultos de predicadores itinerantes que coincidían en la ciudad por ser esta una metrópolis. Desde este contexto, Pablo era solo uno más entre muchos de los que llegaban a esa ciudad. Desde esa realidad él se instaló allí predicando a judíos conversos, o sea, a gentiles convertidos al judaísmo.

Para ese entonces la evangelización en Corintos formaba parte de una proclamación que podía considerarse universal, porque se daba en el contexto de una ciudad cosmopolita; por lo tanto se proclamaba la buena noticia a personas de todas las tradiciones religiosas que podían coincidir allí en esa época, “era anunciar la buena nueva a todas las naciones… era experimentar el choque entre cristianismo y paganismo” (Alfonso Schökel). Desde esa instancia, Pablo construye su visión de lo que eventualmente se convierte en lo que hoy conocemos como cristianismo.  Y lo hace desde la pluralidad, desde la diversidad. Por eso se le hace tan fácil mirar a ese grupo de creyentes que se va formando como una unidad que, para cumplir su propósito y su misión, necesita que sus miembros funcionen en armonía y en plena capacidad de todos sus miembros, lo cual se explicita en 1 Corintios 12:18-19: “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?”

Y más aún, Pablo enfatiza en diversas ocasiones, tanto en Corintios como en Gálatas que lo que nos hace un solo cuerpo es el bautismo de Cristo a través del Espíritu Santo, y no su oficiante oficiante. “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado.” (1 Cor 1:12-14)

En otras palabras, Pablo mismo no atribuía poder salvífico o regla constitutiva de la membresía de la iglesia en manos de quien hemos sido bautizados. Por lo tanto podríamos hacer una relectura del texto tal que: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy del Sacerdote católico (en lugar de Pablo); y yo del Pastor Evangélico (en lugar de Apolos); y yo de la pastora Protestante (en lugar de Cefas)…”  Y ahí Pablo se empodera para decir: “Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado.”  Es así como nos deja saber que no hay mayor valor en el bautismo de unos o de otros, seamos católicos o protestantes. Por eso profundiza aun más en el capítulo 12:13-14, cuando explica el concepto de cuerpo de Cristo, y añade: ”Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.” 

Sin ir a los evangelios, que son la fuente principal para construir nuestra doctrina y para conocer nuestra misión conforme a los anhelos de Dios para con nosotros, voy a citar a Pedro Casaldáliga en su libro Espiritualidad de la Liberación, en el que tan magistralmente resume el asunto desde un concepto que el llama Macroecumenismo, y cito: “Lo importante en última instancia, no será el ser o no ser cristiano. Lo importante, en última instancia, será vivir como Jesucristo, optar por lo que Jesucristo optó; trabajar ‘por el Reino’, diríamos los cristianos.” Claro está, podemos adoptar esta premisa si entendemos por Reino aquello por lo que Jesús luchó y que el mismo autor describe como: “la paz, justicia, fraternidad, libertad, vida, amor… entre todos los hombres y mujeres, y (la) comunión de ellos y ellas con su Dios.” (pag. 236).

Ahora, visitando el segundo puntal del cuadrilátero de Wesley, la “tradición”, me refiero a un principio fundamental adoptado por diferentes tradiciones wesleyanas: “lo que nos une con otros cristianos, es más importante que aquello que nos diferencia de ellos.” Pero, más allá de la tradición religiosa, el tercer punto de este cuadrilátero, a saber, la “experiencia”, debe llevarnos a re-visitar nuestra experiencia de vida en comunidad y cómo, de una forma u otra, hemos podido ser receptores del acompañamiento de Dios a través de nuestra vida y de la mano de personas de diferente tradiciones religiosas.

El cristianismo, históricamente, no ha heredado una sola fuente porque su mismo origen está impregnado de la experiencia de cuatro visiones personales de la historia de Jesús: Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Los cuatro con una interpretación teológica diferente de los mismos eventos, porque apuntan a la necesidad de su comunidad de fe creciente desde la plataforma del propio contexto y experiencia vital del autor, la misma que se convirtió en la lente desde la cual éste miró los eventos de la vida y obra de Jesús.

Finalmente, es la “razón”, en el cuadrilátero Weslayano, la que nos permite reunir y analizar este tema desde la óptica paulina. Como dice la profesora de ascendencia judía Dra. Pamela Eisenbaum en su libro “Pablo no era cristiano”, la orientación teológica de Pablo hacia el mundo nos puede ayudar mucho cuando pensamos sobre el pluralismo religioso (pag. 4). Pablo confrontó el problema de las diferencias humanas, el en sí mismo judío, tanto antes como después de su experiencia con Cristo resucitado, pero viviendo en un contexto Greco-Romano de total diversidad religiosa y cultural. Este contexto le obligaba a buscar la manera de comunicar el conocimiento del “Dios único” en un mundo totalmente plural sin dejar de validar la realidad formativa de cada cual. Así que cuando Pablo dice que no existe judío ni gentil, ni libre ni esclavo ni hombre ni mujer, tiene que hacerlo desde el marco del cuerpo de Cristo, con múltiples miembros, de apariencia y función diferente, caminando hacia un fin común, para así invalidar la superioridad de alguno de ellos y enfatizar la igualdad y la unión de propósito en una diversidad que enriquece y proporciona dones y talentos diferentes para edificar la iglesia en la unidad de Cristo.

Con esto concluyo citando una vez más a Pedro Casaldáliga: “Dios no es racista ni está ligado a etnia o cultura alguna (y yo le añado a Casaldáliga que Dios no está ligado a religión alguna). Dios no se da en exclusividad a nadie. La revelación (de Dios) rompe los muros del Dios judío y nos manifiesta al Dios universal.”

Por Ivelisse Valentin Vera en Lupa Protestante

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