miércoles, 12 de agosto de 2015

Una cura de humildad

A través de Facebook nuestro amigo –y colaborador esporádico de esta revista– Alfonso Ropero Berzosa nos informaba de la ponencia que iba a exponer el 22 de julio en México DF con el título “El papel del libro dentro de la iglesia”. Quienes le leemos conocemos su constante empeño en que los cristianos lean, y lean buenos libros además de la Biblia.

Los libros no solo son buenos amigos, sino los que nos abren las ventanas del intelecto, que es lo mismo que decir que nos hacen más libres, porque nos presentan la realidad desde todas las perspectivas posibles. Y, sobre todo, a los cristianos, nos ayudan a ser auténticamente humildes. Sí, digo bien, humildes. Hoy tengo dudas de dónde salió esa idea de que los “protestantes somos el pueblo del libro”. He leído (¡en los libros!) que esa frase se atribuye al antiguo pueblo de Israel a partir de la época de Esdras y Nehemías. El Islam también lo reclama.

Pues bien, resulta que el “cristianismo” como religión, con sus teologías, sus liturgias, normas morales, etc., no es tan original como venimos creyendo, por no hablar del desarrollo teológico por el que tuvo que pasar – por eso la teología es una displina abierta, sujeta a revisiones.

Cinco siglos antes que Jesús, el filósofo pagano Sexto enseñaba: “Lo que desees que tu prójimo sea contigo, lo mismo debes ser tú con tu prójimo”; y Pitágoras, que además de matemático era filósofo y taumaturgo, decía que “aunque uno fuere maltratado, no debía defenderse”. El estoico Epicteto, en el primer siglo, escribe: “Esta es la manera de actuar del filósofo; ser azotado como un asno y amar a quienes le azotan, ser padre y hermano de toda la humanidad”.

Celso (siglo II dC), el filósofo griego más crítico con el que se topó el cristianismo, ridiculizaba a los cristianos precisamente porque estos atribuían a Jesús una singularidad no vista nunca antes (que hoy el creyente sigue confesando), pero sus críticas se dirigían a las similitudes que existían entre los mitos de las religiones mistéricas y lo que los cristianos enseñaban acerca de Jesús (un dios hombre que moría y resucitaba para no morir jamás). Amén de otras similitudes redentoristas, escatológicas y ultramundanas (cielo e infierno). Los padres de la Iglesia, conscientes de estas similitudes, lo achaban al Diablo, es decir, las aceptaban. El Diablo –decían– había plagiado varios siglos antes, mediante los misterios del Mitra persa (Osiris egipcio, Dioniso griego, Atis sirio... eran sus homólogos míticos), el verdadero y único misterio de Dios en Cristo.

Mucho del pensamiento platónico está inserto en el pensamiento cristiano; tanto que Clemente de Alejandría opinaba que los evangelios eran “platonismo perfeccionado”, y Justino Mártir decía que Heráclito, Sócrates y otros filósofos griegos eran cristianos anteriores a Cristo. Los iniciados en los misterios (de Mitra, Osiris, Dionisos...) pasaban por una experiencia semejante a la “conversión” cristiana, con los mismos ritos (bautismo y participación de una comida sagrada consistente en pan y vino) y vestiduras blancas como signo de purificación; a partir de ahí, estos iniciados se consideraban personas “renacidas” y se esforzaban por seguir un estilo de vida según las altas exigencias morales de los filósofos. Es decir, el término “pagano” no es necesariamente sinónimo de mundano (como no lo es hoy).

Fue el filósofo alejandrino Orígenes, discípulo de Clemente de Alenjadría, quien hizo una defensa de las verdades cristianas frente a las críticas de Celso (Contra Celso). Una defensa desde la razón y el conocimiento. Es decir, razones teológicas e intelectuales. Por cierto, ya Celso tuvo que contender con los cristianos “literalistas”, que leían los primeros capítulos del Génesis de forma literal. Con razón a Celso le daba la risa.

El empeño de Ropero es de primera magnitud: o leemos y nos ilustramos, o no podremos dialogar con la cultura de nuestro tiempo; porque la evangelización, hoy, pasa por el diálogo, sin el proselitismo del pasado.

Revista Renovación

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