Nacida por iniciativa del reverendo Troy Perry en Los Angeles -año
1968-, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana se autodefine:
“comunidad cristiana capaz de aceptar a toda persona para brindarle el
apoyo espiritual que en otras comunidades religiosas les era negado”.
Figúrese, amado lector, a quiénes acogerá con particular dedicación:
efectivamente, a gays y lesbianas, vejados por la cúpula del catolicismo
y la de alguna otra confesión. No se trata de una de esas comunidades para jugar a las
casitas con lo sagrado, pues ICM no es una iglesia de la Srta. Pepis,
sino del Evangelio: algo serio, y cristiano, y fraterno.
Estos días, por ese azar cristiano que se llama Divina Providencia, he
podido mantener conversaciones con dos de los líderes franceses de ICM:
Thierry Séréno y su esposo, Fabrice Lebert, responsable de pastoral en
Montpellier. Me han regalado un leccionario bíblico de esta iglesia, y
algunos documentos importantes, como sus Reglamentos, elaborados hace años.
Leyéndolos, se descubre una verdadera y sensata
realidad eclesial. Al contemplar su acogida al personal homosexual,
siento aún más dolor cuando constato de qué manera la jerarquía de mi
amada iglesia católica, la misma que me transmitió la fe, nos rechaza e
insulta, nos tortura y a veces provoca el suicidio de jóvenes
homosexuales. Se plantean, pues, para todo gay y lesbiana de
sentimientos católicos, tres opciones, que paso a exponer mediante
ejemplo.
Pongámonos ante un caso hipotético, disparatado acaso. Suponga el
amable lector por un momento que el cardenal Carles fuera gay. Siga
suponiendo que Su Eminencia calme de cuando en vez sus meridianos
ardores con chicos (gratuitamente o previo pago). Conocemos su amplia
trayectoria homófoba. Don Ricard María podría: persistir en el disimulo y
la homofobia, salir del armario y defender en la iglesia católica los
derechos de los gays, o pasar de todo e ingresar en la Iglesia de la
Comunidad Metropolitana más cercana. Pero esto es sólo una suposición,
por descontado.
Esta Iglesia de la Comunidad Metropolitana ha elaborado multitud de
documentos, algunos realmente interesantes, particularmente los
exegéticos, esto es: lectura actual, sumamente liberadora para los gays,
de aquellos textos bíblicos que para otras iglesias suponen una condena
taxativa de la homosexualidad y sus prácticas. Así, en consonancia con
la hermenéutica más solvente, el pecado de Sodoma no consiste en un
intento (por otra parte, fallido) de calzarse por popa a los ángeles de
Yahveh, sino un atentado contra aquella hospitalidad tan cara a los
pueblos semíticos. Es precisamente uno de los méritos de la ICM: haber
reunido un cuerpo interpretativo de los textos sagrados del
judeocristianismo y restaurar, en su genuina luminosidad, la intención
de los autores sagrados.
No pretenden separar a nadie de su tradición religiosa, por lo que nos encontramos ante una iglesia ecuménica: puedes ser católico, reformado u ortodoxo en su seno, sin abandonar lo más mínimo tus creencias, prácticas o devociones. “Dios te ama tal y como eres”, es su divisa, con atención sustantiva a la comunidad gay. Entre sus objetivos, confrontar “la injusticia de la pobreza, el sexismo, el racismo, y la homofobia”. Afirman que la ICM “no es un espacio de tolerancia, sino de respeto”. No quieren ser una iglesia dogmática, sino con una fe crítica y en continuo aprendizaje.
Frecuentemente realizan celebraciones matrimoniales entre personas LGTB y sus pastores/as tambien se pueden casar; tal fue el caso
de Thierry
con Fabrice. Ejemplo a seguir por gobiernos e iglesias.
En la XX Conferencia General de la ICM, celebrada en Canadá en Enero de
2003, fueron aprobados los Reglamentos de esta institución. Se
constituyen como organización cristiana con una estructura fraternal no
piramidal, aunque jerarquizada. No hay un obispo/a supremo al frente, sino
un consejo episcopal (iglesia, pues, eminentemente sinodal),
y cada comunidad cuenta con la guia de un pastor/a.
Para terminar, y volviendo al colega de nuestro ejemplo, hipotético gay
en activo, ¿qué hace la criaturita? Puede hacerse cristiano ICM, claro
es; puede seguir con su esporádico sexo mercenario, y acudiendo al
confesionario sin propósito de enmienda; pero puede también, con rigor y
coraje, salir del armario, levantar la voz y luchar dentro de su propia
iglesia… Por esta posibilidad hemos optado muchos.
ICM estará bien para algunos, seguramente. Para otros, combatir desde
dentro de sus homófobas y retrógradas estructuras eclesiásticas,
aguantando hasta la sangre del alma. Lo importante es la conciencia de
lo que se es, y la lucha por la liberación global, de la que la batalla
gay forma parte sustancial. ¿Lutero, o San Ignacio? Dos opciones
igualmente válidas. Y un solo Dios verdadero.
Por José Mantero en Religión Digital
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